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cuando Trump le ofrece a Milei dólares a cambio de soberanía

El salvavidas de 20.000 millones de dólares de Trump a Milei no es un regalo, sino una jugada para “expulsar a China” a cambio de soberanía argentina.

En la Casa Blanca -o lo que quedaba de él durante ese encuentro exprés que mutó de bilateral presidencial a almuerzo de comitivas-, Javier Milei y Donald Trump rubricaron lo que el oficialismo argentino presentó como una «jornada histórica». Pero la verdadera narrativa se escribe en las grietas: un swap de 20.000 millones de dólares que alivia la sed de reservas del Banco Central; un guiño a un acuerdo comercial «inédito» para exportar litio y cobre sin aranceles; y, sobre todo, una advertencia disfrazada de elogios. «Si Milei pierde las elecciones, no seremos generosos con Argentina», soltó Trump con esa franqueza que lo ha erigido como icono global de la realpolitik. Pero aquí sonó como ultimátum a la democracia ajena. No fue un lapsus: el magnate neoyorquino, en su afán por apuntalar a su «presidente favorito» -ese libertario de greña indómita que le regaló simbólicamente una motosierra a Elon Musk-, confundió las legislativas del 26 de octubre con un plebiscito presidencial. Y, en el proceso, expuso el precio de la amistad: dólares supeditados al triunfo de La Libertad Avanza, y con ellos una Argentina más atada a la órbita de Washington en su cruzada contra China.

Permítanme ser claro, con el respeto que merece un líder como Trump, cuya audacia ha remodelado mapas geopolíticos y cuya capacidad para forjar alianzas rápidas es innegable: este no es un acto de generosidad desinteresada, sino una jugada maestra de ajedrez imperial. El secretario del Tesoro, Scott Bessent -el exgestor de fondos de inversión que Trump rescató de los salones de Wall Street-, lo dejó entrever sin ambigüedades: el paquete financiero busca «expulsar a China de Argentina», cancelar el swap de 18.500 millones con Pekín y abrir las puertas a inversiones estadounidenses en litio, tierras raras y Vaca Muerta. Es el viejo playbook de la Guerra Fría reciclado para la era Trump: usa el bolsillo para moldear la política exterior. Y Milei, con su devoción declarada – «gracias por entender la amenaza del socialismo del siglo XXI en América Latina», le dijo en la cumbre-, parece dispuesto a pagar el peaje. El resultado: un alivio inmediato para el BCRA, que quema dólares a un ritmo que rondó los 1.100 millones por semana para sostener el crawling peg, ya con olor a devaluación postelectoral, pero a costa de ceder soberanía sobre recursos estratégicos que podrían decidir el siglo XXI.

Las repercusiones en el mercado y la política

Desde Buenos Aires, el eco de esa reunión truena en plena campaña electoral. Los bonos argentinos en dólares se desplomaron 7,4% en Wall Street apenas Trump lanzó su advertencia, y las acciones locales siguieron el mismo temblor: el mercado -ese termómetro infalible de confianza- interpretó el respaldo como espada de Damocles. El FMI, en su informe sobre Perspectivas Económicas, ya recortó un punto la proyección de crecimiento para 2025 (4,5%) y elevó la inflación anual a 41,3%, una advertencia brutal de que el «milagro mileísta» -con su ajuste tipo chainsaw y oleadas de despidos- engrasa privilegios para pocos y ansiedad para la mayoría. Rodolfo Santangelo, director de la consultora MacroView, lo sintetiza sin eufemismos: «Este swap no es un cheque en blanco, sino un préstamo con intereses geopolíticos.» Y en el Congreso, la oposición -de Unión por la Patria a la Coalición Cívica- exige respuestas a Karina Milei y Luis Caputo por negociaciones a puerta cerrada.

En paralelo, la renuncia de José Luis Espert deja a La Libertad Avanza debilitada en Buenos Aires: la Cámara Nacional Electoral rechazó la reimpresión de boletas, por lo que su foto permanecerá en las listas oficiales pese a su salida, un recordatorio de que los plazos electorales no perdonan improvisaciones.

El precio de la ayuda: la soberanía en juego

Vayamos al meollo que hace sangrar la médula nacional: la injerencia en decisiones soberanas del pueblo argentino. Trump no solo condiciona la ayuda al resultado electoral – «Si un socialista gana, te sentís diferente sobre invertir«, advirtió-, sino que la usa para forzar un divorcio con China, nuestro segundo socio comercial. Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación, anticipó la posibilidad de «un acuerdo comercial inédito» con EE.UU., que abriría acceso privilegiado para ciertos sectores argentinos. Pero ¿a qué precio? Especialistas como Inés Finogenova lo llaman por su nombre: «Milei presume apoyo incondicional, pero EE.UU. exige ruptura con China y hasta una base militar; es un trueque que compromete autonomía nacional.»

Desde el plano doméstico, Cristina Fernández de Kirchner-condenada por corrupción en causas que la mantienen como una figura devaluada y judicialmente comprometida- tuiteó con ironía intacta: «Nuestros acuerdos están sujetos a quien gane las elecciones. ¡Argentinos… ya saben lo que hay que hacer!«, un dardo que resume el escándalo: un presidente extranjero dictando lecciones a un electorado soberano. Pero su intervención no es un llamado desinteresado a la reflexión; es el oportunismo de una política presa por sus propios legados de deuda y clientelismo, que transforma cualquier grieta en arma para desgastar al adversario, sin importar el costo para la estabilidad nacional.

La sombra más siniestra, no obstante, la aporta el kirchnerismo en su conjunto, ese depredador del caos que convierte cada grieta en fetiche ideológico. No es casualidad que el tuit de Cristina no llame a defender la soberanía con propuestas concretas, sino a pescar en río revuelto: la crisis ajena es su munición favorita. Con historial de endeudamientos seriales -desde los 9.800 millones con China en 2014 hasta los swaps venezolanos que nos encadenaron a regímenes colapsados-, han convertido la «mendicidad estatal» en arte, clientelismo barato y voluntades hipotecadas. Ahora, ante el ultimátum trumpiano, no proponen un proyecto de independencia económica, sino que desatan el resentimiento antiimperialista: el mismo caballo que usaron para demonizar al FMI mientras firmaban cheques en blanco con Pekín. Es una crítica merecida: aprovechan la vulnerabilidad de Milei (y de todos nosotros) para disparar sin ofrecer alternativa alguna más que el retorno al populismo que nos hundió en deuda e inflación crónica. Como si la soberanía se midiera en tuits virales, no en reservas que duren tres meses de importaciones.

En este contexto, Ricardo López Murphy, diputado de Republicanos Unidos, aporta una perspectiva crítica. En una reciente entrevista en LN+, señaló: «Le pedimos plata al FMI porque el BCRA estaba quebrado y, apenas nos la dieron, distribuimos dividendos de la entidad quebrada. Si hacés eso en el sector privado, vas preso.» También advirtió: «Nadie le presta a Argentina porque somos un país mendicante, dependiente de limosnas externas que hipotecan nuestra soberanía.» López Murphy insiste en un modelo de integración global con disciplina fiscal, evocando su diagnóstico histórico de una Argentina atrapada en una «posguerra eterna» por su dependencia de deuda externa.

La mirada de la prensa internacional

La prensa internacional no perdona. The New York Times titula «Trump al rescate de Milei», pero advierte que este rescate cuestionado por demócratas como Elizabeth Warren, que impulsan el No Argentina Bailout Act- puede convertirse en «autogol» para los productores agrícolas estadounidenses, al inundar China con soja argentina barata justo cuando Trump impone aranceles a Pekín. El País lo ve como un «rescate que esconde riesgos«: Argentina como peón en la guerra comercial de Trump, con Bessent declarando que el éxito de Milei es «de importancia sistémica» para contener la marea progresista latinoamericana. Michael Stratford, en Politico, alerta: «Es una apuesta de Trump por un caballo perdedor; Argentina nunca fue un buen bet,» mientras los lobbies agrícolas estadounidenses rugen contra un acuerdo que les roba mercados. Euronews habla de un «lifeline de 17.000 millones de euros que aviva la tormenta política«, con Milei como «el libertario de pelo salvaje» que arriesga su experimento free-market en medio de unos midterms que podrían ser su Waterloo.

Un trueque peligroso

Personalmente esta cumbre me evoca las advertencias borgeanas sobre periferias: «Somos un país que sueña con ser otro.» Milei, con su empuje de «dólares por las orejas» vía minería y gas no convencional, ve en Trump un aliado contra el «socialismo del siglo XXI». Pero Trump, con su pragmatismo de magnate, no regala nada: exige alineamiento total, desde excluir inversiones chinas hasta romper lazos diplomáticos con Xi Jinping. Es una transacción desnuda: independencia por supervivencia política. Y en ese trueque, Argentina pierde autonomía frente a un mundo multipolar donde Pekín ofrece swaps sin ultimátum electorales.

Trump, además, inyecta una campaña de miedo internacional que simplifica el panorama: pinta estas legislativas intermedias como un duelo binario entre «Milei o el caos socialista», ignorando la diversidad de opciones en el tablero -desde republicanos independientes hasta coaliciones provinciales-. Es una falsa premisa que polariza lo que debería ser un debate matizado sobre balances de poder, no un plebiscito sobre lealtades globales.

No subestimo el alivio: ese swap puede tapar agujeros en el BCRA y evitar un default inminente, dando oxígeno a un gobierno que, pese a sus gruesos tropiezos, puede al menos mantener de pie el globo inflacionario. Pero el precio es alto: una elección convertida en referéndum sobre lealtad yanqui, y recursos estratégicos, como litio para baterías o uranio para reactores, transformados en fichas de la rivalidad chino-estadounidense. Como dice Juan Alonso, periodista argentino de trinchera: «Milei compromete la territorialidad e integridad de la Nación; EE.UU. usa a Argentina como trofeo en su guerra contra China.» Y Mariano Obarrio, lo clava: «Con esos amigos, no quiero enemigos; Trump hundió a Milei con una presión descomunal, como extorsión al electorado

Esta «alianza estratégica» -expresión usada por el canciller Gerardo Werthein- podría ser el prólogo de un libre comercio que impulse exportaciones por miles de millones, como espera Sturzenegger. Pero también el epílogo de una independencia que, desde las sombras del Salón Oval, se negocia a puñaladas. Trump, con su carisma disruptivo, nos recuerda que la libertad económica no siempre viene sola: a veces trae cadenas invisibles. Y el pueblo argentino, soberano por derecho, merece decidir sin que un outsider dicte sentencia ni un oportunismo local lo enrede en sus redes. De lo contrario, el 26 de octubre elegiremos no solo diputados en un espectro variado de propuestas, sino el riesgo de un vasallaje disfrazado de salvavidas. O peor aún, el retorno al ciclo mendicante que López Murphy describe: el de una nación que, en lugar de erguirse, se arrodilla por costumbre.

Fuente: NA

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