La oposición aliada busca forzar una relación más ordenada con el oficialismo en medio de los tironeos por la Ley Ómnibus
“Es un quilombo”, dijo ayer el radical Rodrigo de Loredo. El rol de Miguel Ángel Pichetto y las intenciones de un gobierno de “coalición”. La desmentida a la cumbre del CFI y el mensaje en redes. La interna del PRO: Macri vs. Bullrich
Rodrigo de Loredo, casi siempre ingenioso, como buen cordobés, lo resumió de esta manera: “El barco lo tiras a la mar y lo tenes que llenar de marineros, y no tienen los marineros todavía adentro del barco, entonces es un quilombo”.
El jefe del bloque radical de la Cámara baja fue, de entrada, uno de los más colaborativos. Nunca ocultó su intención de cooperar, como la mayoría de los legisladores denominados dialoguistas, aún cuando sembró dudas si el resultado de las elecciones hubiera sido otro. “Si estuviésemos gobernando, ¿tendrían unos y otros ese compartimiento con nosotros? Descarto que unos no, pero en los otros pongo una tela de juicio”, abundó ayer el diputado en la entrada del Parlamento, antes de reunirse por enésima vez con los enviados del Gobierno, sin que hiciera falta aclarar que se refería al kirchnerismo y a La Libertad Avanza, en ese orden.
Lo mismo opinó, una y otra vez, Miguel Ángel Pichetto, el jefe de la bancada Hacemos Cambio Federal. “Estamos dispuesto a dar quórum y a debatir la Ley Ómnibus”, le dijo el ex senador a Infobae en las últimas horas. Profesional de la política, peso pesado del círculo rojo, cuando parecía que su fallida candidatura a vicepresidente de Mauricio Macri en el 2019 empezaba a despedirlo de los grandes carteles, Pichetto volvió al Parlamento en diciembre pasado, recobró centralidad y se puso al frente de un bloque de 23 legisladores en el que sobresalen ex PRO, peronistas no K, socialistas y dirigentes de la Coalición Cívica y que, por su debilidad parlamentaria, obligó al Ejecutivo en estas semanas a sentarse y negociar, un ejercicio de la casta que no cuaja con la construcción del relato.
El ex senador piensa como De Loredo, como todos los diputados dialoguistas y como la mayoría de los gobernadores del peronismo y de Juntos por el Cambio: el sistema de toma de decisiones de Javier Milei, en palabras del jefe de la UCR en Diputados, “es un quilombo”.
“Nadie entiende qué quiere el gobierno”, sintetizó ayer ante este medio uno de los gobernadores de Juntos por el Cambio mientras viajaba a Buenos Aires para participar, junto a colegas -Martín Llaryora por el peronismo no K- y diputados, de la reunión celebrada a última hora de la tarde en el Consejo Federal de Inversiones (CFI), donde esperaba el ministro Guillermo Francos, uno de los exponentes del ala política.
La semana pasada, Milei y sus principales voceros juraron que el gobierno ya no estaba dispuesto a consensuar más cambios al complejísimo proyecto de ley de bases ideado por Federico Sturzenegger, y que, de no aprobarse, todo el peso del ajuste recaería sobre las provincias. Como el texto encontró una resistencia feroz de gobernadores y los bloques representados en el Congreso en el capítulo fiscal -retenciones, jubilaciones y blanqueo, entre otros rubros-, a última hora del viernes el ministro Luis “Toto” Caputo anunció de manera sorpresiva que el gobierno retiraba ese paquete del proyecto, el corazón de la iniciativa, para apurar el trámite legislativo. No tenían los votos. Después de esa decisión, el presidente volvió a tildar de “coimeros“ a los legisladores.
Anoche todavía se discutían las privatizaciones de las empresas públicas -contempladas en el texto-, la delegación de facultades -la Casa Rosada ya había cedido cuatro de ellas, de 11 a 7-, la restitución de Ganancias -enviada por el Ejecutivo en otro proyecto de ley, ahora en stand-by– y la coparticipación del Impuesto PAIS que, solo en enero, recaudaría, según estimaciones oficiales, unos $510.000 millones. Antes de irse, el massismo prolongó el tributo a través de una disposición.
Según se ventiló una vez finalizada la reunión del CFI, el gobierno había dado el visto bueno a coparticipar ese impuesto. Pero pasadas las 22, la Oficina del Presidente, es decir la voz oficial del gobierno, confirmó que “el Impuesto País y el resto del paquete fiscal se discutirá más adelante”.
Con Francos otra vez desautorizado, Milei incluso reposteó un mensaje en las redes de Joaquín de la Torre, legislador provincial, que se refirió como ”bloque extorsión” al grupo de diputados en torno a la bancada pichettista. El jefe de Estado tiene especial encono con dos de ellos: Emilio Monzó y Nicolás Massot.
Las negociaciones por la letra chica de la ley exhibieron en estas primeras semanas de gobierno no solo la prepotencia del oficialismo por aprobar sin flexibilidad -al menos así lo plantearon en el relato- un proyecto engorroso y extenso, que modifica de raíz décadas de trabajo parlamentario, si no la irrupción de un fenómeno novedoso y excéntrico, y dogmático, liderado por Milei cuyo ejercicio del poder, sostenido por ahora por buena parte del electorado -eso explica, en buena medida, el apoyo obligado de un sector de JxC que aborrece de las formas del libertario-, no se parece en nada a lo conocido. Un experimento extrañísimo para el sistema político tradicional. Con un condimento: muy débil en términos legislativos.
“Nos queda una ley hiper flacucha”, esgrimió anoche un referente legislativo de LLA. “Se puede vender como gobernabilidad, pero es una derrota por todo lo que hubo que entregar y con un desgaste terrible”, agregó.
En ese contexto, desde la oposición aliada buscan forzar, una vez que pase el tratamiento de la Ley Ómnibus, una relación mucho más ordenada con el gobierno, cuyo relato empezó a colisionar con la realidad de la gestión. “Miguel cree que con la debilidad legislativa que tiene no tiene posibilidad de armar un gobierno en serio”, aseguraron anoche colaboradores de Pichetto: el ex senador había dicho la semana pasada que sin un “camino de coalición” habrá “dificultades” para “funcionar así 4 años”.
Fue lo que propuso Macri antes de que Milei se hiciera cargo formalmente del gobierno, cuando ofreció insistentemente a Cristian Ritondo para presidir la Cámara baja, gobernar de manera conjunta desde el Congreso y sortear los evidentes escollos legislativos de un espacio que ganó el balotaje con el 56% de los votos pero que integró sus bloques en el Parlamento con solo el 29,5% de las adhesiones. En franca minoría.
Ritondo y el ministro Francos limaron asperezas hace más de una semana, café mediante, en un hotel del bajo porteño. Hasta ese encuentro, el jefe del bloque PRO se quejó de que el funcionario no le respondía los mensajes de WhatsApp.
La propuesta de Pichetto para armar un gobierno de coalición fue un tema de conversación recurrente en los últimos días en el círculo rojo. Motivado, además, por la inexperiencia política de los representantes del Ejecutivo que Milei envió al Congreso para negociar las leyes. José “Cochi” Rolandi, la mano derecha de Nicolás Posse en le Jefatura de Gabinete, y Santiago Caputo, entre otros. También a Sturzenegger, reprochado sistemáticamente por Pichetto.
A diferencia de Rolandi, Caputo, asesor sin cartera, con mucho más poder que todo el gabinete, está acostumbrado a lidiar con la política: desde su rol de consultor interactuó en los últimos años junto a sus socios con lo que él mismo denominó “la casta”. Pero su expertise nunca fue la negociación política, mucho menos la parlamentaria, peor aún con una ley del tamaño y la complejidad de esta que se discute ahora. La inexperiencia de Martín Menem al frente de la Cámara baja es otro tema de discusión puertas adentro: tanto él como Francos quedaron opacados por Caputo, que se apoderó de las tratativas con los aliados, y en reiteradas oportunidades también desautorizados, como anoche.
En ese sentido, en la última semana hubo una serie de trascendidos vinculados con posibles enroques que involucraron hasta a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Fue después de la salida de Guillermo Ferraro y de las bravuconadas públicas del ministro Caputo en su afrenta con los gobernadores. “Es un ministro a tiro de decreto contra gobernadores que son elegidos en sus provincias”, respondió De Loredo, que además habló de “desorganización en el gobierno”.
Ese caos es el que desorienta a los opositores aliados. La salida de Ferraro es solo una señal de esos desbarajustes internos: primero trascendió que le pedían la renuncia por filtrar información de la reunión de gabinete, después se supo que no se llevaba bien con Posse y la Jefatura de Gabinete, y en el comunicado oficial se adujo que se iba por “razones personales”.
Lo cierto es que el ex ministro nunca logró hacer pie, no había logrado armar equipo, muchos de los secretarios no le respondían y arrastraba una interna sórdida con el jefe de los ministros. Ferraro había hecho, además, un pedido explícito: no quería cerca a ningún funcionario vinculado ni con Macri ni con Guillermo Dietrich, ex ministro de Transporte.
Cuando armó su gabinete, Milei le avisó al ex presidente, después de sellar el pacto de Acassuso en la casa de Macri, que los primeros casilleros estarían reservados para funcionarios de su riñón, y habilitó a que Posse, uno de los funcionarios de mayor confianza junto a su hermana Karina y el estratega Caputo, acumulara todo el poder de la gestión administrativa. Anoche, el jefe de ministros viajaba a Estados Unidos con el interventor de la AFI, Silvestre Sivori, a entrevistarse con el titular de la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA), William Burns.
Con el correr de las semanas, sin embargo, en algunos de los ministerios trascendieron una serie de descoordinaciones y desorden de gestión. Ferraro era de uno de ellos. Se menciona también a Capital Humano. Aún hay, por ejemplo, funcionarios sin nombrar. El caso más emblemático es el de Francisco Sánchez, el secretario de Culto -depende de la canciller Diana Mondino- que aún no presentó los papeles y todavía no se sabe si será designado de manera oficial. También los de Sturzenegger y Santiago Caputo que, a pesar de la notoria influencia, aún no fueron nombrados.
Ese cúmulo de dificultades de gestión, la debilidad parlamentaria de LLA y la severa crisis heredada en el plano económico, y agudizada con el ajuste impulsado por Milei, llevó a que se planteen en estos días una serie de interrogantes en el sistema sobre la posibilidad de un escenario caótico para los próximos meses. El presidente, por ahora, sigue su hoja de ruta: combativo e inflexible, al menos desde el guión oficial, con la política tradicional.
También lo analiza Macri, que ordenó a sus legisladores colaborar con el gobierno y que, según su entorno, tiene una mirada critica del sistema de toma de decisiones del presidente. En el macrismo dicen que está deseoso de aportar nombres para desembarcar en el gabinete. En estas horas, en tanto, fue proclamado por referentes y jefes provinciales del PRO para que vuelva a conducir el partido que fundó a principios de siglo y cuyo liderazgo ostenta ahora Bullrich en los papeles, a pesar de que está de licencia. La relación entre el ex jefe de Estado y la ministra se quebró cuando ésta selló su propia alianza con Milei, que derivó en su llegada a Seguridad y la de otros funcionarios de su riñó.
En los próximos días habrá más pronunciamientos en favor de Macri, de jóvenes PRO y de mujeres del partido. El cierre de listas es, de no mediar imprevistos, el próximo 19 de marzo. Bullrich ya mandó a decir que no quiere que vuelva a ser Macri el jefe partidario. Y que estaría dispuesta a enfrentarlo, aunque lleve las de perder.